Skip to content Skip to footer

Textos y otros

Otros
Miércoles, 21 Mayo 2014
HACER PARA DESHACER. NOTAS A VUELAPLUMA PARA UN CAMBIO DE PARADIGMA A TRAVÉS DEL ARTE
J.L.S. (Naz de Abaixo, Lugo. Mayo 2014)
«No hay fe ni verdad que no comiencen a dudar de todas las “verdades” en las que había creído hasta el momento» Nietzsche

“Nuestra época sin duda alguna, prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… Para ella, lo único sagradoes la ilusión, mientras que lo profano es la verdad. Es más, lo sagrado se engrandece a sus ojos a medida que disminuye la verdad y aumenta la ilusión, tanto que el colmo de la ilusión es para ella el colmo de lo sagrado”

Feuerbach



El artista es una pieza fundamental en todo cambio de paradigma. Su capacidad debe enfocarse hacia la construcción metafórica de otros mundos posibles. Activar la consciencia del espectador a través del ejemplo y un estímulo activo.

Es la hora de retomar una responsabilidad social como artista, dejar de mirarse un ombligo y tomar cartas en el asunto. El arte es un campo privilegiado para la experimentar, elucubrar, proponer y activar las ideas de un nuevo paradigma. El arte permite catalizar la esencia de lo individual y colectivo, lo circunstancial y lo eterno, lo particular y lo universal. En el arte, como en la vida misma, no existen reglas, ni caminos predeterminados. De hecho es la autenticidad radicalizada la que puede epatar universalmente. El arte es un ejemplo para la sociedad en ese sentido, ya que configura manifestaciones de un espíritu común a través de experiencias y visiones particulares y arriesgadas. Nos emocionamos ante las obras de los artistas que han conseguido encontrar con valentía su terrible y/o maravillosa verdad, la cual consigue cristalizar la verdad de su tiempo.

El artista ha de saber encontrar, trabajar y sublimar la esencia unificadora. La que constituye al tiempo sus propios valores y los de sus semejantes. Quizá esa esencia común sea el “alma mundi” que los griegos llamaron o ese “subconsciente colectivo” que Jung rebautizó. Cada uno de nosotros contenemos y conformamos parte de la esencia (o “alma” que llamarían otros) de nuestra comunidad, sociedad o ecosistema. Y pienso que en estos tiempos críticos y decisivos cualquier creador, más allá de encontrar o conectar con la parte terrible de su existencia, debería conectar con la parte más lúcida y vivificante; siendo consciente más que nunca de qué símbolos utiliza y hacia qué dirección los perpetuará como legado. Los juegos tautológicos y auto-referenciales de poco sirven ahora si no se está transmitiendo una visión transgresora para la liberación del individuo (social o espiritual).

Lo maravilloso del arte también es esa capacidad de emocionar desde lo más humilde e insignificante, convertir una duda existencial en una afirmación universal.

El arte funciona, emociona, transciende, cuando está hecho con la “verdad” del creador, por terrible que a veces sea. EL arte verdadero no es otro que aquel que está configurado sin mentiras ni engaños hacia sí mismo (¡aunque sepamos que su lenguaje es el de las mentiras, artificios e ilusiones!) Esto ocurre con todos los demás trabajos y campos de la vida. Por ello mismo el arte puede servir de ejemplo u operar como pez piloto de la revolución pendiente: aquella donde cada individuo elige con plena libertad y responsabilidad el camino que dicta su corazón, su verdad, su esencia. Y es que si cualquier oficio, trabajo o labor es desempeñado con esa “verdad” (también puede llamarse amor en su sentido más amplio), no se necesitará ninguna otra recompensa que esté fuera de ese ámbito. El artista ha de exigirse un buen trabajo configurado y estimulado desde el respeto más profundo hacia uno mismo y hacia el espectador, pues es por el que toma verdadero sentido.

El arte como juego iniciático funciona como una suerte de síntesis de las religiones, y toda religión tiene una esencia común fascinante. Cualquier manifestación artística o trayectoria individual actúa como una suerte de “religión” en sí para con el propio artista, y cuanto más auténtica, más emocionante puede llegar a ser para con el espectador. Y la autenticidad nada tiene que ver con la búsqueda obsesiva y banal de una originalidad. El artista puede ser el ejemplo de un individuo que emprende una búsqueda valiente y constante hacia la configuración de una (su) realidad más armónica, humana y consciente. El arte puede ser el ejemplo, por lo tanto, de una nueva era del corazón, de un cambio social necesario y deseado. Tiene la capacidad de ilustrar una idea elevada, a través infinidad de lenguajes y de metáforas, donde están insertos esos mensajes iniciáticos por los que transitar y crecer, como pueda tenerlos un cuento popular o sufí.

Propongo un arte que revitalice conceptos y estados esenciales para propiciar el encuentro con nuestra mejor parte. Abogo por un arte valiente que impulse la parte más radiante de este juego que es la existencia misma. Aventuro un arte como lucernario. Como lugar de encuentro y conexión profunda con el espectador. Imagino, demando, descubro un arte refrescante, expansivo, fértil, que pueda reavivar incluso el denostado concepto de Belleza. Busco obras conscientes de sí mismas con la cualidad de expandir un mensaje que plante una semilla en el espectador para fortalecer su libertad.

El arte, como parte fundamental de nuestra cultura, es utilizado como un barniz prescindible, cuando debería ser parte de una estructura esencial. EL arte está siendo utilizado, la mayor parte de las veces, como un producto mercantil que otorga cierto glamour con ciertas ventajas para limpiar dinero, cuando se trata de un verdadero patrimonio activo, social y espiritual. La cultura debería considerarse desde las altas esferas de la política como lo que verdaderamente es: un valioso dispositivo para configurar los recovecos del alma que es la que sustenta toda la sociedad al fin y al cabo. La historia se lee a través de la cultura y el arte, y eso es algo que parece hemos olvidado. Estamos en una crisis de valores, no económica, ya lo sabemos. Una crisis del materialismo más despiadado y del pensamiento más fragmentado. El arte contemporáneo también ha reflejado esta parte de la sociedad actual y por eso mismo muchas veces ha mostrado lo que la sociedad no quiere ver de sí misma. Por eso mismo el arte también está en crisis, y los responsables podríamos ser la mayor parte de los creadores y gestores, sumidos en recrear las claves de un paradigma enfermo. Estamos en un tiempo de reflexión profunda y necesaria, es la hora de resetear el programa y replantearnos conscientemente el principio y el fin de nuestra labor como seres sociales intelectuales y espirituales.

La cultura y la educación no han de perder unos valores éticos que unan a las personas en armonía; aboguemos por una cultura universal, donde la diversidad sea respetada como la riqueza de la humanidad y a ser posible en armonía con el entorno; aboguemos por una educación consciente, de respeto, en pro de la convivencia y la felicidad. Trabajemos a favor de un sistema educativo y cultural que ayude al individuo a ser consciente, solidario y responsable, plantemos las semillas para que cada individuo tenga un criterio propio y la libertad plena de configurarse a sí mismo. Las cosas que perduran tienen una verdad que el tiempo no ha podido vencer. Como si esta verdad tuviera unas raíces profundas y lo circunstancial fueran hojas o ramas que caen y vuelven a crecer según las tendencias que condicionan las miradas y juicios pasajeros. Intentemos sembrar verdades que transmuten la mentira. Que sean vivificantes y positivas para el espíritu.

Si miramos atrás, a través de la historia del arte por ejemplo, nos daremos cuenta de que las voces que han perdurado (o se han rescatado del naufragio), son aquellas que han sobrevivido por su carácter auténtico, profundo, extraordinario, por contener esa “verdad” que ha servido de ejemplo y aprendizaje para las generaciones posteriores. Casi toda la historia del arte se configura a través de defectos que han llegado a convertirse en virtud. No existe la perfección, pero sí su ideal. Existe una fuente de inspiración o matriz en cada artista, en cada uno de nosotros. Esa matriz, esa verdad íntima y profunda, conecta una verdad que todos tenemos. Esa verdad es la que viaja a través del tiempo y del espacio, emocionando más allá de culturas, lenguas, géneros, edades y condiciones circunstanciales, superfluas. Y en su eterna búsqueda se experimenta la esencia humana y espiritual del individuo. La magia de la imperfección está condimentada siempre por esa “verdad” del creador, que es la que consigue conectar con la verdad del espectador a través de la emoción. Del mismo modo, cada individuo puede convertirse en un verdadero mago activo de su propia vida. Cualquier acto, cualquier oficio, cualquier labor puede contener esa verdad que es la verdadera maravilla de la existencia.

Es por ello que me imagino un mundo hecho a través de esos valores esenciales que pueden configurar el trabajo que cada uno desempeñamos. Si somos conscientes del poder de la intención que rigen nuestros actos, podremos ser el modo más activo, sutil pero contundente, de lograr un paradigma inimaginable.

Los artistas, por lo tanto, tenemos que tomar consciencia de la capacidad nutricia y el poder transformador de nuestro trabajo. Deberíamos tomar verdadera conciencia del mensaje que queremos transmitir, y de qué códigos y símbolos utilizamos a la hora de llevarlo a cabo. No importa el estilo ni la disciplina, en el arte hemos conseguido la libertad necesaria para respetar la gran pluralidad y las infinitas voces que lo configuran. Pero como digo, en este momento no podemos olvidarnos de nuestra responsabilidad como artistas, al igual que como personas y/o ciudadanos. El arte del nuevo paradigma debe utilizar la imaginación comprometida como potenciómetro de posibles futuras realidades, sin dejar de emocionar, cautivar, entusiasmar, incluso mostrar una alternativa luminosa que apunte a posibles realidades más armónicas y deseadas.

La imaginación no sólo es una vía de escape, es un motor poderosísimo como fuente de la creatividad misma, es una de nuestras herramientas más valiosas de expresión, comunicación, autoconocimiento y transformación. De ahí el papel del arte en todo este cambio, como espejo y/o ventana para mostrar la catarsis que fundamente de tan urgente cambio.

Aunque los artistas, creadores y visionarios han tenido que enfrentarse a cantidad de sombras que vienen manifestándose desde posiciones conservadoras, exteriores o interiores, a las que les aterra cualquier cambio, son mentes optimistas, campantes y valerosas que a menudo se aventuran y adelantan a su propio tiempo. Gracias a ellas se consiguen realizar cosas que otros consideran imposibles.
J.L.S. (Naz de Abaixo, Lugo. Mayo 2014)