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Los Señores del Bosque

Todavía no puedo creer todo lo que viví antes de introducirme en este rocambolesco bosque. En ocasiones me sigo preguntando de dónde saqué las fuerzas para romper el vientre desde el interior del monstruo marino que me tragó.

A estas alturas del cuento podría decir con firmeza que tuve la valentía suficiente para mirar fijamente a la muerte a los ojos, me lancé sobre ella y crucé su oscuro y denso cuerpo para quizá, volver a nacer de nuevo.

Si, puedo afirmar que Renací.

Mucho más fuerte de hecho. Cuando emergí de las profundidades nadé algo más de 20 minutos hasta que tuve la suerte de encontrar tierra firme.

En la orilla fue donde tuve lo que creo fue una visión: el pintor Courbet estaba sentado con unos extraños amigos en una mesa; estaban callados,
pero todavía se escuchaba la conversación que habían tenido en el silencio que contenían.

Recuerdo la sorpresa que me llevé al ver lo que había bajo su mesa:

la entrada al bosque donde ahora me encuentro estaba entre sus pies.

Decidí por alguna razón (quizá incluso hipnótica) introducirme en él, quizá olvidé los peligros a los que podría exponerme. Conocía algunas historias iniciáticas que se desarrollaban en estos misteriosos paisajes, tan simbólicos. Muchas de estas historias no siempre terminaban bien. Aunque en todos estos periplos emboscados el riesgo también traía consigo una catarsis, una gran promesa en última instancia.

Sabía que en los bosques las apariencias engañan, o no. Aquello que crees que puede salvarte la vida, puede quitártela; aquello que parece querer matarte, puede dártela, y por lo tanto, hacerte crecer.

De nuevo me enfrentaba a otro viaje tremebundo, y malditas ganas las mías en estos momentos donde más bien el cuerpo me pedía un merecido descanso. Pero cierto es que tras haber renacido del peor de mis miedos, cualquier cosa podría parecerme un simple juego de niños. Transcurrieron pocas horas caminando a través del frondoso bosque cuando de repente se cruzó en mi camino un personaje con grandes orejas y cara azulada. Parecía estar cantado con impulso, pero con una voz que quizá yo no llegaba oír, ya que espantaba a muchos animales y atraía a otros que salían de sus escondrijos. Me senté con cuidado cerca suyo para observar aquel cuasi-absurdo espectáculo silencioso.

Cuando por fin acabó su muda cantata preguntó sin mirarme: –¿Y bien? ¿Qué te ha parecido, Blinky?– Sorprendido, respondí tras un instante: – perdona, ¿cómo sabes mi nombre?

Aquel extraño personaje que no media más de metro y medio giró su cabeza para mirarme y me preguntó: –¿y cómo no saberlo Blinky? ¿te has olvidado de mí?, venga, en serio, ¿qué te ha parecido? Los roedores han acudido a mi, y en este caso las lechuzas y murciélagos han huido despavoridos. Eso ya es buena señal, ¿no crees?.

–¿Y cómo quieres que lo sepa?- respondí – ¡Si no he podido oír nada!

–No me digas, ¿también vienes sordo?, ¡vaya!. Te veo mojado, te habrá entrado agua en los oídos, ten– sacó algo de su bolsillo, y continuó diciendo tras acercármelo – sécate. Por cierto, me llamo Mr. Kanin, por si no lo recuerdas.

Me dió un pañuelo con unos bordados en oro, parecían símbolos alquímicos, aunque también tenía un extraño cráneo luminoso en el centro. Y lo cierto es que aquel Mr. Kanin me era muy muy familiar…

–Bueno amigo, te veo muy atolondrado, ¡ni que hubieras sobrevivido a un naufragio!, vamos a que Alfred te prepare uno de sus brebajes calientes para que te repongas un poco… Con suerte llegaremos a tiempo al Juego de Ajos que debe estar a punto de comenzar.

Seguí sin pensar a este extraño personaje, de algún modo me transmitía mucha confianza, aun a pesar de no conocerlo más de diez minutos.

Sorprendentemente parecía que los mochuelos y murcielagos que con su canto sordo expantó, volvían a acompañar a Mr Kanin por el camino, al igual que todos lo demás animales del bosque.

Intenté no mostrarme muy sorprendido de este maravilloso suceso, e intentaba tomarlo como algo normal de este nuevo lugar.

A Kanin se le posaron algunos pajarillos en el hombro, sus bolsillos parecian repletos de otros tantos bichitos de variada especie, y los caracoles adornaban su cuerpo de un modo muy peculiar.

De repente me di cuenta de la melodía que comenzaba a escuchar poco a poco, era emitida por una indefinible voz, grave, pero quizá algo andrógina… y en un idioma algo desconocido, o con un acento extraño que no lograba localizar.

Pero caí en la cuenta de que era Mr Kanin, y comprendí que quizá los animales siempre escucharon la voz que yo antes no escuchaba…

Entre los arboles de mi lado derecho vislumbré la silueta de una enorme figura oscura moverse. Un escalofrío recorió todo mi magullado cuerpo… esa inquietante figura se acercaba a nosotros como un enorme arbol seco que andaba por algún hechizo.

-No te asustes, es Illán de Mountain, ¿tampoco lo recuerdas?-me avisó Kanin.

-¿Cómo?, em… pues la verdad es que no- respondí entrecortadamente con el corazón en la garganta.

La siniestra silueta en sombras portaba una pequeña luz que colgaba en una de sus manos, como una diminuta lámpara de araña que intentara dar luz a toda una catedral gótica.

El enorme personaje vestía con ropas oscuras y largas, estampado con ramas y hojas secas reales que se habían enredado por todo su cuerpo. Una camiseta de Mazinguer Z asomaba bajo una camisa algo más clara, y unas negras pieles pesaban sobre sus hombros. Sobre éstas, en lo alto del todo, una cantidad de arboles diminutos parecian crecer maravillosamente en lo más alto de su chepa.

Su pelo, rapado al dos por una mitad de su pequeño craneo, era rojizo, quizá tintado con algúna tierra natural que delataban algunos grumos de barro.

Su cara, también azulada hacía de contrapunto a su pelo. Tenía una expresión afilada pero simpática, con una barba bien cortada y unas cejas pobladas que remarcaban unos pequeños ojos negros que brillaban en la oscuridad.

– ¡No os vais a creer que he visto hoy!- irrumpió mientras miraba sobre nuestras cabezas.

(…)


Por Blinky Rotred

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